sábado, 26 de febrero de 2011

Bienvenido al Olimpo

Aquí tengo tu contrato. En él te comprometes a cumplir todas y cada unas de las condiciones de uso, abandonaras tu uso diario de los pecados capitales, y pasaras a la vida libre, a la buena vida. La lujuria abandonara tu mente, dejara de domirar todos tus pensamientos obscenos y sexuales, solo querras a esa persona, a la que te entregaste, con la que decidiste casarte, formar una familia, madurar. La gula desaparecera de tus tripas, de tu boca, de tu garganta y llegara hasta tu cabeza, hasta tu oido, susurrandote lo que tu sí tienes y los demás desearian poder llevarse a la boca, un triste trozo de pan, tan solo uno. La avaricia dará martillazos en tu interior, suplicará a tu conciencia hasta desaparecer, hasta morir ahogado entre mil y una culpavilidad. La pereza abandonara tus extremidades, todo tu cuerpo, aunque te obligue a volver a pararte, y asera demasiado tarde. La ira gritara, chillara a tus oidos, narrandote toda la suiciedad, todos los momentos en los que te matabas poco a poco por culpa de ella, todo los corazones rotos, las almas muertas, hasta ir callando , hasta desaparecer. La envidia recorrera tu estomago, te hara sentirte frío, vacío, muerto, todo cuanto te dejaste llevar por ella, hasta ser tragada por el resto de sentimientos. Y la soberbia, recordaras todas las veces en las que fardaste de tus pertencias y se las echastes a la cara a todos los demás que no podían defenderse, tú, que la superioridad pudo contigo, tú, que temes a no evitar pensar en la soberbia nunca más, tú, que renunciaras al pecado más importante, a no no nombrarlo, ni pensarlo. Si crees que podrás sobrevivir a todo esto, continua, pero si renuncias seras, tan humano como el resto, tan corriente. Este contrato no trata de ofrecerte el cielo, trata de ofrecerte la inmortalidad, el lujo de dejar de ser humano, de ser un nuevo Dios.